La Democracia es una cosa, el radicalismo es otra (a propósito del video de campaña del PSOE).

21 May 2009 at 15:36 1 comentario

En septiembre de 1931, pocos meses después de instaurada la Segunda República, Ortega y Gasset escribió un artículo en el que denunciaba el modo radical con que se estaba procediendo, lo que falsificaba la propia República. Ortega concluía su texto de forma premonitoria diciendo: “La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo”. Reproduzco el artículo al final, porque es de lectura “obligatoria”.

Aunque veo indicios de que nuestra democracia no es tan fuerte como sería de desear, es indiscutible que la estructura institucional es mucho más sólida que en 1931. Sin embargo, y tal vez por eso, poco a poco, el gobierno socialista fue adoptando una actitud nítida y crecientemente radical, lo que en palabras de Ortega significa el propósito de imponer su programa de modo tajante.

Para limitarnos sólo a los últimos días, ¿no hay acaso un fondo de puro radicalismo, además de una gran ignorancia, en la afirmación de la ministra Aído de que un feto no es un ser humano? ¿No es acaso radical decir, como hizo el presidente Zapatero, que los padres no deberían “interferir” en la decisión de abortar de una hija menor de edad? ¿No es radical el proyecto del Parlament que determina que el catalán es la “única lengua vehicular en la enseñanza”, negando la realidad bilingüe y los derechos de los castellanohablantes?

La cima, al menos por ahora, de la visión maniquea y radical del gobierno, es el video del PSOE a propósito de las elecciones al parlamento europeo (puede verse en You Tube en http://www.youtube.com/watch?v=fW3raAjfRCY&feature=related). En el aparecen los personajes prototípicos de lo que ellos consideran la “derecha” (entiéndase, el PP, aunque sin nombrarlo): un xenófobo, un fundamentalista, un “capitalista salvaje”, un homófobo, una pija, un ignorante y alguien que pide la pena de muerte. Aunque supongo que el PSOE pretende mostrarse como la opción moderada frente a esos extremismos, creo que el inconsciente “guerracivilista” los ha traicionado: frente a esos extremismos “malos”, en realidad el PSOE actual ofrece un extremismo “bueno”, el suyo.

El sentido antidemocrático se ha enraizado tanto en este PSOE que no se avergüenza de decir: “el problema no es lo que piensan, es lo que van a votar”. En otras palabras, ¿para qué debatir, para qué intentar demostrar que nuestras ideas son mejores? No, su radicalismo lo lleva a demonizar al adversario, vincularlo con todo lo que resulte execrable y pretender aislar a los que piensen diferente con un “cordón sanitario”.

¿Es compatible este anuncio con un llamado sincero a trabajar “unidos frente a la crisis”? ¿Puede querer realmente el “diálogo” quien considera a su adversario político poco menos que el demonio?. Ortega se revuelve en su tumba, enrabietado con razón porque sus párrafos de hace casi 80 años son aún de rabiosa actualidad.

UN ALDABONAZO (revista «Crisol», 9 de septiembre de 1931).

José Ortega y Gasset

Nota: creo que para captar mejor el mensaje en lo referente al momento actual, es útil reemplazar la palabra “República” por “Democracia”. El resaltado es propio.

Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad…

Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.

¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. ¿Qué es la derecha y la izquierda en la política alemana o inglesa o rusa de la fecha actual? Para un liberal, un bolchevismo es derecha; para un conservador del siglo XIX -el siglo de derechas e izquierdas- el fascismo es izquierda. No sirven, no sirven pues estos bocablos. La misión del vocablo es orientar en la selva de lo real poniendo en ella la rosa de los vientos con su gran aspaviento cardinal. Ahora bien; esos vocablos del pasado siglo confunden nuestro presente al pretender definirlo.

No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.

Repugna desde lo más hondo de sus entrañas esta situación en verdad inhumana. Muchas veces he hecho notar la insistencia pasmosa y única en la Historia con que el fervor español se ha dirigido en toda lucha al vencido: Lucano, cordobés, canta a Pompeyo humillado, no a César victorioso, y Cervantes se abraza al pobre cincuentón manchego que es el perpetuamente vencido, el Vencido esencial.

Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa «revolución» de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.

Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.

Yo confío en que los partidos, al final y al cabo nuevos, -algunos muy viejos, pero que hasta ahora no han logrado sumar muchos votos-, no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.

Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!»

La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo.

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  • 1. Carta apócrifa al PSOE  |  22 May 2009 a las 7:26

    CARTA APÓCRIFA AL PSOE

    Soy convencido europeísta, pero también pensaba abstenerme el 7 de junio en las elecciones al Parlamento Europeo. Hace, aproximadamente, 15 años que no voto; justo desde que dejé de creer en los políticos profesionales. Con anterioridad, siempre voté al PCE primero y a IU más tarde, hasta que me di cuenta de la deriva ideológica absurda de la coalición.

    En las próximas elecciones, por mi convicción europeísta, barajé también la posibilidad de votar a UPyD, pero estaba convencido que pesaría más mi ánimo de abstencionista consciente. Ahora, apenas comenzada la campaña electoral, lo tengo claro. Me han convencido los socialistas. Voy a votar al Partido Popular.

    No lo voy a hacer porque me haya convertido en un “facha”, calificativo que ustedes aplican a los votantes del PP. Lo voy a hacer, justo por castigarles a ustedes. Esa es la razón, y no otra, de que no me vuelva a quedar en casa o acuda a votar a la candidatura de UPyD. Digamos que el mío, va a ser un voto de castigo útil. ¿Por qué lo hago? No lo hago, desde luego, porque me guste la política del PP o porque su candidato, al que considero un político honesto y educado, me encandile. Voy a votar al PP para castigarles a ustedes, para decirles que estoy harto de tanta propaganda göebeliana (Sí, de Göebels, ideólogo y propagandista del nacismo), de tanta manipulación informativa, de tanto engaño, de tanto clientelismo, de que saquen a pasear a su “doberman”, de tanto pesebrismo, de tanta mendacidad y de tanto trilerismo político. Podría poner infinidad de ejemplos para ilustrar cuanto afirmo, pero entenderán que no lo puedo hacer por razones de espacio.

    Las primeras declaraciones de los Ministros y Ministras y de su candidato al comienzo de la campaña y el visionado de su vídeo miserable, han terminado por convencerme, a pesar de que me considero un convenido socialdemócrata en mi manera de ver la política. Ustedes no son socialistas. Ustedes se han convertido en una máquina para conquistar el poder político y mantenerse en él para su propio beneficio. Seguramente el PP es parecido, pero ahora toca castigarles a ustedes.

    Espero que mi voto al PP, que en realidad es un voto de castigo hacia ustedes, sea sólo un ínterin en mi convicción abstencionista. En realidad, siempre afirmé que no volvería a depositar mi voto en una urna, como no estuviese en juego la continuidad de la democracia. Pero estoy convenido de que, desgraciadamente, van a seguir ustedes dándome oportunidades para castigarlos. Ese es su mérito, señores y señoras del PSOE.

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